viernes, 25 de febrero de 2011

¿Qué es ser mujer?




Introducción

Se tratará de indagar, en el presente trabajo, algunos interrogantes referidos al rol de la mujer en la sociedad moderna, sobre todo en su lugar de madre.
Teniendo en cuenta un artículo periodístico obtenido del diario Pagina 12 pensaré sobre aquellas cuestiones que llevan a la mujer a desear ser madre mas allá de cualquier otra profesión, de cómo la sociedad con su imaginario social produce subjetividades femeninas en donde se instala la idea de maternidad como una cuestión necesaria y no contingente.
Reflexionaré sobre las consecuencias que generan en la mujer actual las tareas en el mundo privado y su responsabilidad para con la futura generación, teniéndola a ella como la creadora por excelencia de la sociedad venidera.


Desarrollo

En el marco de este trabajo trataré de plantear una serie de interrogantes y desarrollar algunas cuestiones que considero, a partir de largas reflexiones, pertinentes a los estudios de género.
Por un lado se me ha impuesto la siguiente pregunta: ¿por qué las mujeres dejan de lado su vida personal, sus proyectos personales, sus ganas de desarrollarse en alguna actividad social, por ocupar el rol de cuidadoras y protectoras de sus hijos durante todo su crecimiento?
Por otra parte, deberíamos pensar cuanto de responsabilidad, y cuanto de coerción social existe como para que esta situación se repita a lo largo de los años. ¿Será una imposición, será un deseo?
En el articulo periodístico obtenido del diario Página 12 el día 23 de octubre de 2007, Liliana Mizrahi relata la sensación de vacío existencial que experimento cuando sus hijos se fueron del hogar materno y sus cotidianas tareas domésticas se vieron reducidas considerablemente hasta perder de algún modo la sensación práctica de ser madre.
Máxima expresión de esto se comprueba en el interrogante que ella le plantea a sus hijos: “¿Qué haces viviendo con otra madre que no soy yo?”
Pérdida de su propia subjetividad como madre y transferencia de su rol a la mujer de su hijo, como si toda mujer que convive con un hombre inmediatamente pasara a ser también su madre. El mito mujer = madre es sostenido y recreado por toda la sociedad, hasta por las propias mujeres, ya que el mismo les da sentido a su existencia como genero femenino.
 ¿Puede ser tan fuerte el mito mujer = madre como para llenar de vació existencial a una mujer tan culta y enriquecida como esta, cuando además de ser madre cumple la labor de psicóloga, ensayista y poeta?
Evidentemente la idea de maternidad va más allá de criar a los hijos, cuidarlos y darles una formación. Las actividades sociales que pueda llegar a tener una mujer no pueden superar el rol que tiene como madre, apenas si les hace sombra.
Podemos pensar que en la sociedad moderna, la producción de subjetividad en torno a la mujer, gira en función de que esta ocupe con satisfacción y deseo el lugar de madre protectora, de esposa romántica y pasiva eróticamente, y de ama de casa sacrificada entregada al cuidado y bienestar de su familia. Esto se sostiene a partir de discursos y significaciones imaginarias sociales que dan cuenta de aquello que debe estar visibilizado y de lo que necesita ser escondido. La tarea primordial de la mujer es cuidar y criar a sus hijos, además de ocuparse de las tareas hogareñas para el bienestar de su esposo, que cansado por su trabajo en el ámbito público carece de tiempo y energía para hacerse cargo de las mismas.
Estas producciones de sentido generan también una coerción en torno a su realización como persona en el ámbito público, quedando relegada su vida, en muchas ocasiones, al territorio familiar.
El contrato conyugal se inscribe en el designio de una persona, el hombre, que se piensa como un “ser de si” y una mujer que se considera un “ser de otro”. El contrato conyugal implica una violencia simbólica del hombre hacia la mujer en donde esta última debe sacrificar su vida en el ámbito privado para que el primero pueda realizarse en el ámbito público.
Esta violencia simbólica inscripta en los lazos contractuales del matrimonio se sellan en la piel como una marca indeleble dando lugar a una agresión masoquista, vuelta contra si misma, cuando la mujer en cuestión percibe que su rol de madre no es cumplido como marca la sociedad. El goce de la mujer debe ser esencialmente místico, inherente a su condición de madre, postergando o minimizando los goces extraídos de otras practicas alternativas, ya sean sexuales, económicas, sociales o culturales.
La modernidad ha construido una idea de deseo en torno a la carencia de algo. Para la mujer se ha dicho, y el psicoanálisis es un generador de esto, que el hijo, el hombre, el pene, el regalo y el dinero son sustitutos del falo. Miembro viril masculino del cual la mujer carece y desea. Ese deseo imposible de satisfacer por completo debido a la castración constitucional ha ubicado a la mujer en una posición de inferioridad con respecto al hombre, violentando al genero femenino y justificando de algún modo los antiguos enunciados griegos que relegaban a la mujer a las tareas domésticas quitándole toda participación en el sector público y en las decisiones políticas.
Estas teorías y enunciados son instrumentos de dominación y generadores de subjetividad que naturalizan formas de ser y de desear para someter al genero femenino a un territorio especifico, el hogar, y a unas tareas especificas, cuidado de hijos y realización de tareas domésticas. Todo lo que este por fuera de estas actividades es generador de culpa, a mí entender, porque no cumplen con el mandato social, con la forma imperante de desear y de ser por parte de la mujer.
La pregunta que titula la nota periodística es el fiel reflejo de la falta, de la culpa que siente una mujer cuando su rol de madre tambalea debido a las circunstancias de la vida.
La nota se titula: “¿Seré una madre sospechosa?, dando lugar a la incertidumbre de su propio ser.
En primer lugar no puedo ser otra cosa que madre, más allá de ser psicóloga, ensayista y poeta. Lo que me da lugar a ser verdaderamente es ser madre, y no otra cosa. Todo lo demás es secundario y no merece la pena ser destacado. Casi lo único que verdaderamente importa es ser madre.
En segundo lugar la sospecha que la autora propone se sustenta en la huida de sus hijos del seno materno, con la expresión de que han cambiado de madre. La madre es alguien que se ocupa de las tareas domésticas que implican a sus hijos, como ser hacerles de comer, lavarles la ropa sucia, soportar el volumen alto de la música y el televisor encendido en los canales que muestran deportes permanentemente. Cuando estas tareas desaparecen, debido a la ausencia de los mismos, el rol de madre tambalea y se dispara la pregunta de si realmente seré una madre.
No se da lugar a otro tipo de devenir madre, para utilizar un concepto de Deleuze. De ser madre pero desde otro lugar, con otra forma. Transformarse en una madre distinta.
Parece que cuando tenemos que construir por nosotros mismos un lugar propio, mas allá del modelo recibido por la sociedad, caemos en una incertidumbre sobre nuestro propio ser. Dudamos y nos angustiamos sin pensar en que podemos ocupar un rol, pero desde otro lugar, reinventando el rol de madre en este caso, y jugándolo con otras reglas, distintas a las impuestas socialmente.


Considero que una alternativa para escapar a la violencia simbólica ejercida sobre la mujer a través de las ecuaciones simbólicas (mujer = madre, mujer = pasividad y mujer = amor romántico) es generar encuentros entre mujeres que den lugar a nuevas producciones de subjetividad.


Dice Deleuze en una de sus clases sobre Spinoza:
“Spinoza nos dice: llamo “buena” a una acción que opera una composición directa de las relaciones aun si opera una descomposición indirecta, y llamo “mala” una acción que opera una descomposición directa aun si opera una composición indirecta. En otros términos, hay dos tipos de acciones: las acciones en las que la descomposición viene como por consecuencia y no en principio, porque el principio es una composición – y eso solo vale desde mi punto de vista, porque desde el punto de vista de la naturaleza todo es composición y por eso Dios no conoce ni el mal ni lo malo -; e inversamente hay acciones que directamente descomponen y solo implican composiciones indirectamente. Este es el criterio de lo bueno y de lo malo y con ese criterio hay que vivir.”[1]  


Debemos pensar la subjetividad femenina salvaguardándola de toda posibilidad de daño, ya sea externo, por represalias ante su revelación contra el orden imperante, o interna, como se manifiesta en el presente artículo periodístico, en donde la ausencia del rol adjudicado socialmente vacía de sentido a la existencia de esta mujer.
Considero que los encuentros de mujeres pueden dar lugar a “buenas acciones”, donde la mujer pueda componer subjetividad basada en su propio bienestar, priorizando el cuidado de si, para luego pensar en que tipo de mujer quieren ser las mujeres.
Las ecuaciones simbólicas en torno a la mujer son juegos de verdad construidos socialmente que encubren el sometimiento que la sociedad moderna ejerce sobre ellas.


Dice Foucault:
“¿Quién dice la verdad? Dicen la verdad individuos que son libres, que organizan un cierto consenso y que se encuentran insertos en una determinada red de practicas de poder y de instituciones coercitivas.”[2]

Es de vital importancia poder deconstruir los discursos “verdaderos” que giran en torno a la mujer y comprender que no existe una sola manera de ejercer el rol de madre basado en la renuncia personal y en la entrega incondicional de todas las pertenencias, tangibles o no, con el fin único de sostener a una familia en el plano cotidiano y emocional.
Hay que dejar de lado la ingenuidad y entender que los discursos y la idea de verdad no son más que construcciones hechas por instituciones dominantes que necesitan de este tipo de madres.
Madres incondicionales que cuiden a sus hijos por encima de todo. Que hipotequen su futuro por el bien de sus familias sin pedir nada a cambio, ya que el amor de las esposas y madres debe ser incondicional, solo el amor de las prostitutas es comercializado.
La dialéctica Mujer de su casa-Mujer de la calle es un lindo juego de verdad para encerrar a la mujer entre dos opciones de vida. De esta forma el dominio sobre la misma se torna mucho más sencillo.
Las madres, sacralizadas como heroínas, dejan de lado sus intereses personales y se desviven por el cuidado de su familia contentándose con el papel de estabilizadoras.
 Es cierto que estas ecuaciones generan un orden social, dándole a la mujer sentido a su vida. Ella es la que cuida, cría y ama a sus hijos. Hijos paridos de su propio vientre. Cuidar de ellos es cuidar de algo de si, quizás de lo más importante. Pero esta disposición biológica de dar a luz produce efectos simbólicos que afectan la subjetividad de las mujeres. Que cuide de sus hijos no implica que cuide de si en todo sentido. La maternidad no determina que, por ser una acción que genera una composición, una vida, también sea una composición para si misma en todo sentido.
La maternidad excluye a la mujer del mundo público, por lo menos temporalmente. La vida que ha engendrado presenta una prioridad que la lleva a todo tipo de sacrificios con tal de obtener el bienestar de su hijo/a. Habría que tratar de compensar el cuidado que se le da a los hijos, con el cuidado hacia si misma, para componer buenas acciones en donde prevalezca la composición por sobre la descomposición.
Por otra parte, debemos pensar la enorme responsabilidad que la sociedad les carga a las mujeres como sujetos sociales.
Ellas deben ser aquellas que regulen el ámbito sentimentalizado del mundo privado, para que los hombres puedan tener un equilibrio emocional adecuado y de esta forma puedan cumplir con sus obligaciones en el ámbito público sin otros problemas que los surgidos en este.
La mujer, encargada de estabilizar a su pareja, no solo cuida de ella sino que al cumplir el rol de madre esta criando y reproduciendo a la próxima generación. La de una sociedad que la explota tanto como trabajadora, ofreciéndole salarios considerablemente mas bajos en relación a los de los hombres cuando tiene la posibilidad de introducirse en el ámbito público, y como encargada del bienestar físico y emocional de su familia, retribuyéndole con mas exigencias que beneficios.
El futuro de cada próxima generación recae sobre las espaldas de las mujeres, demasiado peso para tan poco reconocimiento.

Dice Ana Maria Fernández al respecto:
“Hay una íntima relación entre mundo público y mundo privado. El privado moderno –sentimentalizado- garantiza la reproducción del publico –racionalizado-; el triunfo de un individuo en este último necesita que el privado este sostenido por otro. El éxito de un varón en la vida publica esta garantizado por una mujer, generalmente su esposa.
En el caso de las mujeres profesionales –aun las mas profesionalizadas-, deben abrirse camino en la polis al mismo tiempo que deben garantizar-sostener el mundo privado. Esto implica no solo superposición de roles, sino que deben transitar por dos tipos de códigos: racionalizado y sentimental simultáneamente, por relaciones contractuales y tuteladas, por prestaciones de servicios reguladas por horarios y prestaciones no pagas; por practicas sociales que exigen autonomía de juicio y por otras que necesitan de su dependencia.”[3]

Conclución

La subjetividad de la mujer, como ser social, esta íntimamente ligada a los discursos sociales. No obstante, como se destaco en el presente trabajo, las prácticas sociales que la contienen ejercen sobre ella fuertes coerciones. El deseo de ser madre y el amor hacia sus hijos que nace en dicho acontecimiento influyen por sobremanera para que la mujer se disponga a ejercer el rol de madre con suma devoción, dejando de lado el resto de su vida. ¿Pero cuanto de esa incondicionalidad es construida por los sectores que buscan someterla y reducirla al ámbito privado, y cuanto de ese amor nace y se reproduce en las prácticas cotidianas del seno mismo de cada madre? Pienso que esta es la gran pregunta que deben tratar de formularse y responderse, por lo menos parcialmente, las madres y las mujeres en general, para hacer de la maternidad un hecho sincero y amoroso no solo para la nueva criatura sino para la madre en sí.


[1] Deleuze, Gilles. “En medio de Spinoza”, Ed. Cactus, Buenos Aires, 2006.
[2] Foucault, Michel. “Hermenéutica del sujeto”, Ed. Altamira.
[3] Ana María Fernández, “La mujer de la ilusión”,  Ed. Paidós, Buenos Aires, 2006.

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