En
la actualidad atravesamos tiempos en donde como sociedad somos muchas veces
testigos cómplices pasivos, víctimas, cuando no victimarios en el peor de los
casos, del ejercicio de la violencia contra la mujer. Casos en los cuales ésta
es maltratada física y psicológicamente, puesta en un lugar de objeto por parte
del hombre, que considera a su par femenino un bien de consumo y como tal,
siente el derecho de poder elegir sobre la vida de “su mujer”.
No obstante,
para entender este fenómeno social, no debemos dejar de involucrarnos como
actores sociales, pues observar desde afuera, en una supuesta neutralidad
pasiva, como suele ocurrir con el espectador televisivo de informativos por
ejemplo, nos deja parados en un lugar fácil, sin responsabilidad aparente y
objetalizados a su vez a merced del horror machista mediatizado.
Desde
los noticieros se manipula la información, transmitiendo de una manera agresiva
con el fin de atraer la atención del espectador, generando un efecto de impacto
la mayoría de las veces desmesurado, donde en lugar de buscar reflexionar sobre
la problemática en cuestión; lo que se trata es de cautivar al teleespectador con
un exhibicionismo innecesario y violento para toda la familia, sin ni siquiera
respetar el horario de protección al menor en lo que respecta a las imágenes y
al vocabulario empleado tanto en las noticias como en programas informativos.
Acostumbramos
a percibir estas noticias con horror, absortos por lo que nuestros oídos
escuchan, al enteramos por ejemplo de que un hombre quemó a su mujer y al
entrevistar a un familiar de la víctima la explicación que suele dar es que “el
marido o novio era muy celoso”. No debemos dejar de pensar que estos hechos
remiten a un síntoma que reproducimos como sociedad, esta violencia de género
exacerbada es el resultado de la violencia mínima, cotidiana, la de todos los
días. Esa que se le propina a una mujer cuando conduce su auto y al ir despacio
se la insulta aduciendo que no está hecha para eso sino para lavar los platos, o
aquella que reciben las docentes cuando sus alumnos sacan notas bajas en los
exámenes y son atacadas por las madres de los mismos, cuando no directamente
por sus dirigidos.
En
fin, todos los días las mujeres son víctimas del maltrato en todas sus formas,
no nos engañemos, también cuando una mujer cumple con el status quo de belleza y
se apresura para parar el colectivo que se le está yendo y el chofer hace
frenar la unidad, así esté atrasado en su recorrido, es víctima de ser tratada
como objeto, considerada una mercancía que puede ser consumida como cualquier
otro bien, si cumple con los requisitos de tener un cuerpo y una estética
física acorde con las pretendidas socialmente. En cambio, si es una mujer
excedida de peso y/o de piel negra se hace el desentendido y sigue camino como
si nadie hubiese estado ahí. La violencia simbólica opera tanto para una como
para otra, solo que en la primera es tomada como objeto de consumo y en la
segunda es discriminada por no portar con las cualidades pretendidas de belleza
femenina.
Lo
que quiero decir es que la violencia es algo que se va naturalizando, todos la
vamos percibiendo desde niños e inconscientemente la vamos aprendiendo como si
fuera algo “normal”. Normal viene de norma, remite al “así deben ser las cosas”
(la mujer en la casa fregando, cocinando, criando a los hijos, con un cuerpo
perfecto y el hombre afuera trabajando) y aquella que no cumple con ésta norma
es una loca o una puta, teniendo que pagar las consecuencias con algún tipo de
violencia donde muchas veces no se conforma el portador con ejercerla de un
modo simbólico, sino que entra en una escalada donde el grado de agresividad es
cada vez mayor; y lo que en principio eran malas contestaciones o insultos, pasan
a ser golpes cada vez más severos, junto con una manipulación psicológica y
emocional de la víctima que queda prendida, muchas veces sin posibilidades de
reaccionar para pedir ayuda, ya que el hombre es el único que aporta y mantiene
económicamente el hogar y la mujer, por pensar en el bienestar material de sus
hijos, prefiere evitar desarmar la pareja para no perder el sostén monetario,
quedándose ella sin un sostén emocional.
Bueno
es mencionar que estos últimos casos se refieren, en su mayoría, a familias de
bajos recursos y que la independencia económica de la mujer, al haber ganado
terreno paulatinamente, ha llevado a que esté menos coaccionada en este punto,
sin por ello dejar de ser violentada simbólica y, en el peor de los casos,
físicamente.
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