Empecé
mi primer tratamiento psicológico en el hospital Vélez Sarsfield a cargo de una
amorosa licenciada que me brindo un espacio en su sobrecargada agenda
hospitalaria. Recuerdo que cuando llegaba al servicio de Psicopatología la sala
de espera solía estar repleta de gente, difícil era reconocer un patrón
estable, a veces prevalecían las señoras de mediana edad, otras veces los
jóvenes, y cuando daba la sensación de solo concurrir gente con bajos recursos
económicos, uno se encontraba con personas que aparentaban ser de clase media.
El consultorio en el que trabajábamos era pequeño,
desordenado por carpetas y papeles ilegibles para extraños, aunque cálido por
su mirada contenedora que hacía las veces de Madre imaginaria para facilitar el
discurrir de mi discurso, por lo general desordenado. Solía enredarme en mis
propias palabras, escuchar mi voz interior y dejarla ir por miedo a encontrarme
un rato con la verdad que duele y más duele cuando se calla. El silencio de
ella invitaba a verme hacia adentro. Dejar de falsear la realidad. Enfrentar
los fantasmas.
Sin embargo, las interrupciones se sucedían una tras
otra tras otra, casualmente cuando estaba por decir algo relevante una
psicóloga entraba para buscar una historia clínica, alguien que pasaba un
informe sobre un paciente internado, un profesional buscando a otro en el lugar
equivocado, gente de blanco corriendo sin mirar a los costados bloqueaban lo
que estaba por salir de mis entrañas.
Tomando el concepto de resistencia creado por Freud,
en donde el paciente/analizante se defiende de aquellos recuerdos reprimidos en
su inconsciente, podemos pensar también en la resistencia hospitalaria que
evita, con sus desbordes burocráticos, el sano desarrollo del trabajo terapéutico
en el consultorio con un clima acorde al servicio que se brinda.
Cuando se me propuso realizar una segunda nota pensé
qué cuestión podría abordar para problematisar el trabajo del psicólogo. Muchas
veces las buenas intenciones y la idoneidad del profesional se ven teñidas por
la desorganización hospitalaria disfrazada de laboriosidad colectiva. No nos
engañemos con la demanda desbordante que sufren los consultorios, el respeto y
la idoneidad profesional son primordiales e imprescindibles a la hora de
ofrecer un trabajo serio en un departamento de Psicopatología o en el
consultorio privado.
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