Tendría
unos veinte años y estaba en primer año de la carrera de psicología. No tenía
trabajo y quería empezar terapia, así que busqué en el hospital público de mi
barrio, el hospital Zubizarreta, un turno para ver a un psicólogo. Recuerdo que
había muchas personas en la sala de espera. Un hombre grande, alto, llamaba por
orden de llegada a los allí presentes. Cada vez que alguien le preguntaba algo
el hombre respondía seco: “No hay más
turnos”. En su mayoría eran mujeres de mediana edad, a decir verdad yo
desentonaba. La gente terminó pasando de la bronca a la risa, realmente era muy
gracioso ver al psicólogo en esa posición irrevocable, casi molesto por tanta
demanda de ser escuchados y recibir un trato al menos cordial. Luego de esperar
alrededor de una hora, la ansiada puerta blanca se abrió y el hombre grande, de
mirada cansada, piel curtida y cara limpia se asomó envuelto en un guardapolvo
a medias desabrochado. Desde su planilla pronunció mi apellido. Entré soltando
una risa nerviosa provocada por las miradas pícaras que las señoras me
dedicaban:
“La que te
espera nene”, imaginé que pensaban.
“¿De qué te reís?”, exhortó apenas nos sentamos en el
consultorio improvisado. “De nada”, fue mi respuesta incómoda por el
interrogatorio. Lo demás es previsible, me fui sin turno pero con su número de
teléfono. Evidentemente quería que hiciera terapia con él de manera privada
pero mi situación económica no me lo permitía. Luego de unas semanas lo llamé,
quizás con la esperanza de encontrar algún tipo de ayuda u orientación, pero me
encontré con un profesional más preocupado por si podía pagar sus elevados
honorarios y al confirmarle por la negativa cortó sin otro interés.
Decidí
realizar este recorte para ser lo más claro posible. Una persona cuando
consulta a un psicólogo está buscando ser escuchada. A eso estamos llamados por
quien solicita nuestra atención en un primer momento. Luego vendrá el análisis
inexorable, la reconstrucción de la historia familiar, los recursos
terapéuticos al servicio de transformar la enfermedad en amor y trabajo, pero
nada de esto puede suceder si primero no nos ofrecemos como soporte de
contención afectivo, así sea con la sola presencia, dispuestos a escuchar y
mostrar nuestro interés en el sufrimiento de quien nos consulta. No es una
tarea sencilla pero es la que elegimos como psicólogos, siempre está la
posibilidad de cambiar de profesión para aquel que no le guste ocupar este
lugar tan difícil pero a la vez gratificante.
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